No conozco el mundo, conozco sus nostalgias.

Las referencias que se tienen sobre Varsovia son contundentes: es la capital de Polonia y fue destruida en su totalidad al finalizar la segunda guerra mundial. De sus caídas nos regala «Contemnit procellas» (Desafía las tormentas) y «Semper invicta» (Siempre invencible).

Imagen de la plaza tras bombardeos Segunda Guerra Mundial

Imagen de la plaza central tras bombardeos Segunda Guerra Mundial

Como parte de un itinerario de trabajo un mexicano llega a la ciudad polaca. Tras un par de visitas previas decide tomarse el tiempo para descubrir esa «ciudad reservada, íntima y recóndita de sí misma». En su llegada una serie de grises incidentes lo orillan a encerrarse en su cuarto de hotel para degustar un tinto con el resentimiento de un viajero hambriento y cansado. A la mañana siguiente ya instalado, toma su primer paseo para vivir la ciudad, entre mendigos inmigrantes, frío y un mal café, nos regala la primera postal:

Los tiempos ahí parecen confundirse: las manchas en el empedrado de las callejuelas activan la memoria; el crujir de cierta viga de madera se antoja como el mejor pretexto para viajar atrás en el calendario; las habitaciones de los hoteles parecen tener ecos, rumores, disonancias que suscitan un denso cúmulo de palabras tan remotas que resuenan en los corazones habilitados para escucharlas, y una vez ahí, a una distancia mínima del oído, la imagen creada se desmorona, como impulsada por un viento que arrastra un olor insoportable.

A partir de sus ojos el desconocido sugiere que podemos trazar Varsovia, pero no comprenderla realmente. Entonces ¿Cómo pensar la ciudad polaca?

Con la segunda botella de vino, el personaje de la pequeña novela del escritor mexicano Luis Bugarini, Estación Varsovia (2013), editada por SEDIENTO EDICIONES, recibe una llamada de su ex mujer, la misteriosa M. Al continuar su estancia en la ciudad comienza a sentir los estragos de ser un extraño, el hastío por el idioma polaco, la rutina, la soledad.

Un taxista británico y dos mujeres, H y V, le hacen la estancia más entretenida, sin embargo el personaje sigue:

En medio del barullo, me daba cuenta que mi soledad no era una sensación imaginada, sino el cúmulo de experiencias malogradas que ahí, justo ahí, cuando todo debía caminar sin problemas y la noche prometía una buena marcha, dejaron de rondarme la cabeza, y, al fin, decidieron caer sobre mí con toda su ansiedad.

Varsovia en invierno

La ciudad polaca en invierno

Parece que Bugarini con breves chispazos quiere trazarnos una historia y en medio de ese panorama nos inserta la duda al no poder diferenciar si es su propia voz o si de verdad en el libro hay un personaje. El protagonista de la historia, a punto de irse de la ciudad, lee en un libro la palabra «ruinas» e inmediatamente se establece la relación entre él y Varsovia. Después decide entrar al Museo Histórico y nos regala la segunda postal, que a través de esa similitud podemos entender:

El centro quedó convertido en una pila de cascajo y restos humanos, imágenes de orfandad y miseria. Una vez fuera del Museo, entendí el fondo de mi relación con la capital polaca: su destrucción, al igual que la mía, sólo podía ser restaurada por medios artificiales. Varsovia era una herida debajo de los escombros

Al final una llamada le confirma que debe ir a Hungría. A finales de Marzo el personaje está instalado en el hotel húngaro Pest. Cansado de su andar, M. vuelve a embestir con una llamada. Ese es el fin de la historia…

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